¡La vida, esa cualidad de difícil definición y explicación, que distingue seres animados de inanimados y, hasta la fecha, parece ser exclusiva de nuestro planeta!
Uno semejante a otros millones de planetas en un Universo infinito y que hace que sustancias como el nitrógeno, oxígeno, hidrógeno, carbono, etc., sometidos a ciertos estímulos se combinen de forma compleja y tiendan a perpetuarse, a duplicarse y a mantenerse inalterable en estructura, aunque con una duración limitada en el tiempo.


La respuesta a la incógnita de la vida ha dado lugar a reflexiones sesudas y literarias llenas de razonamiento y emoción: la vida es un lienzo en blanco por colorear.

Nuestra respuesta a la pregunta se ha ido modificando a lo largo de nuestra historia y se han añadido diferentes calificativos, matizaciones, porque con el progreso de la ciencia y el conocimiento de nuestras limitaciones hemos aprendido que no solo basta con una esperanza de vida en la que hablemos de duración, sino también de calidad de los años por vivir.
Definimos esperanza de vida como el tiempo medio de duración de nuestra vida. Es decir, si la mitad de la población muere recién nacida y la otra mitad a los 60 años, la esperanza de vida sería 30 años.

A lo largo de la Historia, esta esperanza se ha ido alargando merced a nuestra forma de vida, la desaparición de los depredadores, la mejora de la salud y el tratamiento de enfermedades perinatales, problemas de los partos o el descubrimiento de los antibióticos.
En los primeros momentos de nuestra especie, durante el paleolítico, los grupos de humanos recolectores y, ocasionalmente, cazadores, recorrían la tierra en pequeños grupos de 20-30 individuos con un cierto grado de parentesco familiar en busca de plantas, frutas o animales para cazar. Esta forma de vida era muy exigente, por lo que la probabilidad de tener una enfermedad o un accidente, especialmente antes de la edad adulta, era muy alta.
Aquellos que llegaban a la edad adulta podían rebasar los 50 años de vida. Sin embargo, trascurrida esa edad, el deterioro de la capacidad y la energía acortaba esa esperanza de vida.
En las mujeres, por los riesgos inherentes al embarazo y el parto, la probabilidad de tener problemas, era aún mayor en los primeros momentos de la edad adulta.

El cambio de forma de vida a una más sedentaria, basada en la agricultura y la ganadería, redujo el riesgo derivado del azar o los depredadores, pero aumentó el relacionado con las enfermedades contagiosas y las pandemias. La forma de vida precaria siguió siendo teniendo una muy reducida esperanza de longevidad.
Enfermedades como gripe, viruela, tuberculosis, malaria, tifus o sarampión, seguían atacando a la población sin posibilidad de respuesta eficaz.
Durante la civilización romana la esperanza de vida se fue incrementando. incluso el hecho de llegar a los cincuenta podía ser cercano al 50% de la población. Había gente que alcanzaba los 80 años pero eran una absoluta minoría, casi siempre acomodada, bien protegida y alimentada aunque muy escasa, podía ser 1/1000 habitantes el que alcanzara ese privilegio.

En los siglos siguientes, el desarrollo fue relativamente lento hasta bien entrado el siglo XX, los avances en el campo de la higiene, la asepsia, las vacunas y el desarrollo en los cuidados perinatales redujeron de forma dramática la mortalidad infantil y alargaron la esperanza de vida.
Actualmente, la esperanza de vida en el mundo se cifra en alrededor de los 70 años el doble de lo que se esperaba al principio del siglo XX. Las enfermedades que reducen esa esperanza son la patología cardiovascular, el cáncer, la diabetes y sus complicaciones, y las infecciones, aunque en menor medida.

Según épocas, las guerras, los accidentes o los suicidios suben en porcentaje sus víctimas, de nuevo las circunstancias y el estilo de vida se imponen a la longevidad congénita fruto de nuestra naturaleza o de nuestra especie.
El conocimiento progresivo de la naturaleza, de la composición y funcionamiento de ese barro ancestral del que fuimos moldeados, ha permitido conocer que medidas como el cuidado de la alimentación, del descanso, el control precoz de algunas enfermedades o la protección frente a agentes potencialmente lesivos como radiaciones, tóxicos o agentes biológicos, aumenta nuestra expectativa de envejecimiento.
Envejecer actualmente ya no es un privilegio de los poderosos, sino más bien de los instruidos y voluntariosos en sus cuidados.

Además de la cantidad, debemos (de ahí el juego de palabras del título) poner los medios para que ese aumento en la duración se acompañe de una mejora de las condiciones. No basta con vivir más, sino vivir igual o mejor que cuando uno es más joven.
Nuestras generaciones han aprendido a dosificar los esfuerzos y a adaptar su actividad a su capacidad, basándonos en sistemas de redistribución de las cargas y de una protección social creciente para los más necesitados.
Estos sistemas de protección de la vida y de la salud y algunos otros relacionados con la dieta y el estilo de vida, explican la mayor esperanza de vida en países civilizados, cultos, bien alimentados como puedan ser los occidentales y con alimentación saludable rica en vegetales y pescado, como Japón o España.

Uno no vive más y mejor por nacer español, sino por seguir un estilo de vida saludable, como es debido. Conociendo esto, el siguiente esfuerzo es aplicarlo de forma sistemática y hacerlo llegar a toda la población.
Las redes sociales bien pueden ser ese elemento de integración y comunicación universal capaz de saltar barreras geográficas, fronterizas o culturales: este es el camino, la verdad y la vida.