La neuralgia de glosofaríngeo es una patología dolorosa intensa y paroxística, que se distribuye por la parte posterior de la lengua, pilar amigdalino, velo del paladar y glándula parótida y musculatura de la faringe, el área de su distribución.

Como la mayor parte de las neuralgias, es relativamente poco frecuente (10 veces menos que la de trigémino) y afecta al tercio posterior de la lengua y la faringe, irradiándose hacia oído, laringe e incluso a esófago en su tercio proximal y a cara-cuello ipsilateral.
Se activa con los movimientos de lengua y mandíbula, con la masticación, fonación, deglución y también con gestos como el bostezo.

Como en otros casos, afecta de manera predominante a mujeres (alrededor de 2/3) y se suele presentar en la cuarta década de la vida, aunque pueden aparecer casos en un rango más amplio de edades, incluso pasados los 70 años.

El dolor se presenta como muy intenso, eléctrico, lancinante, como una cuchillada, que ocasionalmente puede acompañarse de un amplio cortejo vegetativo con bradicardia, náuseas e incluso síncope.

Su etiología en muchos casos no está clara, asociándose en otras ocasiones a traumatismos, abscesos amigdalares o alteraciones vasculares: aneurismas o arterias hipoglosas persistentes, hipertrofias óseas, etc.
La manera de realizar el diagnostico suele ser clínica, tras meses o años de dolor inexplicable y creciente, que es consultado de forma inespecífica en médicos generales, odontólogos, neurólogos, traumatólogos, digestólogos, et al. La distribución anatómica y la relación causal del dolor con la deglución acaban confirmando el diagnóstico.

El diagnóstico facilita la clasificación y reduce algo la ansiedad de sanitario y paciente, pero no es garantía de solución satisfactoria.
La neuralgia de glosofaríngeo se enmarca en una miscelánea denominada “otras neuralgias orofaciales”, por ser la neuralgia de trigémino la más frecuente y estudiada, y la que se emplea como modelo de fisiopatología y tratamiento.

Hecho el diagnóstico, el tratamiento debería ser etiológico y descartar lesiones orgánicas resolubles, alteraciones vasculares, malformaciones, infecciones o tumores tienen un tratamiento especifico que debemos emplear en primer lugar.
En cuanto al tratamiento sintomático, el más habitual es el uso de neuromoduladores como carbamacepina, eslicarbamacepina, gabapentina pregabalina, topiramato, lacosamida o lamotrigina, encuadrados en el grupo de medicamentos antiepilépticos, pero empleados en el tratamiento del dolor neuropático por su reducción significativa de los síntomas más incapacitantes, alodinia e hiperalgesia y las disestesias: hormigueos, calambres, distermias típicos.
También los antidepresivos como amitriptilina, duloxetina venlafaxina o las benzodiacepinas, como clonacepam, o relajantes musculares como la baclofeno pueden tener utilidad.
Otras técnicas intervencionistas, como bloqueos simples, radiofrecuencia pulsada o el uso de toxina botulínica, pueden producir beneficio.

En suma, un cuadro sencillo de definir y localizar pero muy complejo de controlar y resolver, como todas las neuralgias. El dolor neuropático sigue siendo una asignatura sino pendiente si muy difícil de aprobar y con nota justita, a tenor de las opiniones de nuestros pacientes.

Los recientes premios Nobel, David Julius y Ardem Patapoutian, abren un atisbo de esperanza para médicos y pacientes en este oscuro panorama terapéutico.