El conjunto de los seres vivos tiene como características fundamentales la cualidad de la autoperpetuación. Los organismos vivos almacenan la información de su especie, sus dimensiones, mecanismos de funcionamiento, defensa o metabolismo, sensibilidad al dolor o distribución del vello. Todo ello está en las moléculas de ácidos nucleicos y en particular, en el género humano, en el ADN, que se encuentra en el núcleo y en las mitocondrias.

El ADN es una molécula compleja, una especie de escalera en la que cada peldaño y el cuerpo de la escalera lo forman cuatro tipos de piezas compuestas por un azúcar, la desoxirribosa, un grupo fosfato y una base nitrogenada, la adenina, guanina, citosina y timina.
A la cadena individual de éstas, con un código pin individual, se opone otra cadena en la que las otras letras son las complementarias, como un mecanismo especular (una A con una T y una C con una G).
El ADN humano tiene unos 3000 millones de letras. Cuando se replica se pueden producir errores o mutaciones que a veces provocan enfermedades o mejoran la supervivencia: esta es la clave de la evolución.

Todas las células de un organismo pluricelular tienen la información de todo el organismo, pero sólo se activa la parte correspondiente al órgano o tejido al que pertenece, de esa manera las células musculares activan esa característica y las células del intestino las correspondientes al suyo.
Es fascinante esa replicación y conservación de las características específicas. Que con un alfabeto de cuatro letras se pueda escribir mensajes tan distintos como cada ser humano o cada ser vivo portador de ADN, es una maravilla de la naturaleza.

Este ADN se duplica, separándose en dos mitades y usando cada una como molde para generar otro.
Este código, que es el ADN, se lee mediante otros intérpretes o escribas químicos, los ARN que posteriormente codificaran las proteínas para generar tejidos u hormonas o enzimas. Es decir, del cogido madre se transcriben códigos hijos y estos otros códigos nietos.
Esto explica cómo somos y cómo funcionamos, explica nuestra resistencia y capacidad de adaptación, incluso nuestra reserva física o mental. Quizá sea donde esté escrito nuestro destino, o nuestra tendencia, o quizá no, (Jörg Blech).

Durante la pandemia aprendimos que otros seres no precisan ADN propio para vivir, pero pueden hacerlo poniendo a trabajar a otros seres para ellos.
El conocimiento de los ácidos nucleicos nos ha permitido entender nuestras estructuras y las de otros seres y tratar de usar ese conocimiento para mejorar nuestras vidas, en calidad y en cantidad. Su estructura además de ser útil es bella y ha inspirado muchas otras obras.

Muchas enfermedades tienen un trasunto de malfuncionamiento genético, por alteraciones severas o alteraciones leves, hereditarias o adquiridas tras exposición a tóxicos como el tabaco, o las radiaciones, o algunos gérmenes como virus.

La edición genética es una técnica que permite corregir o eliminar errores en pequeñas zonas del ADN, descrita por Francisco Mojica, un investigador español todavía insuficientemente conocido y valorado, pero que sin duda es uno de los principales responsables del conocimiento de la técnica que puede revolucionar el tratamiento de muchas enfermedades.

¿De qué manera? Si conocemos el eslabón alterado de una enfermedad hereditaria y lo reemplazamos, no solo curaríamos a esa persona sino a todos sus descendientes.
Si detectamos el lugar lesionado por una noxa podríamos resolver cánceres o enfermedades degenerativas de todo tipo. Suena a utopía y a ciencia ficción pero ahora la solución está mucho más cercana y plausible.
Esto también acarrea un enorme dilema ético: cambiar nuestro ADN para fines terapéuticos supone una intervención hasta ahora inédita y que podría producir otro tipo de consecuencias, trastornos y modificar algo aparentemente inamovible de los seres humanos: su propia identidad.
Igual que se crean semillas resistentes a las plagas, se podrían crear animales más grandes, más fuertes y ¿por qué no? categorías de hombres, trabajadores, dirigentes, superhombres, con fines espurios o criminales, como en una especie de colmena.

Desde la sociedad y desde la medicina clínica, miramos con admiración y esperanza a estos investigadores que nos ayudan a descifrar nuestra naturaleza y a tratar de reconducir nuestro futuro.

Enfermedades como la esclerosis múltiple, la esclerosis lateral amiotrófica, las artritis reumatoides, espondilitis, esclerodermia, metabolopatías, colitis ulcerosa, enfermedad de Crohn, Alzheimer y muchas otras quizá tengan tratamiento y cura en el futuro basándose en este conocimiento.
Mientras llega el futuro, seguiremos empleando las toscas herramientas del presente para tratar de ayudar a nuestros pacientes.