Hace cinco años visité las excavaciones de Atapuerca, museo vivo de la historia y evolución de la humanidad, por entonces multitud de reflexiones surgieron al encontrar vestigios de la manera de vivir de los que pudieron ser nuestros “Primeros Padres”.
Aquella visita a Atapuerca resultó especialmente atractiva, tanto desde el punto de vista personal, como desde el intelectual y científico. Aprendimos mucho de la vida de nuestros antepasados prehistóricos y probablemente también de nosotros mismos.

Descubrimos de qué manera las necesidades básicas de aquellos seres humanos, en lo referido a alimento, abrigo, apoyo, afecto, trascendencia, etc., no eran muy distintas de las que tenemos actualmente. Encontramos unos espacios para la vivienda no muy distintos de los que empleamos para residir actualmente.
Unas formas de resolver la convivencia y la subsistencia muy parecidas a las actuales, salvando los medios tecnológicos. Unas maneras de respetar a los semejantes y de apoyarlos que incluso serían modélicas en el mundo actual. Y también algunos primeros indicios de patologías que hoy siguen estando a la orden del día.
De hecho, el motivo de este post lo encontramos en los primeros indicios de una enfermedad que pensábamos tenía más que ver con el desarrollo y la dieta rica en hidratos de carbono, y que actualmente campa por sus respetos en nuestra sociedad: las caries.

Las caries son lesiones destructivas en los dientes, generadas por los ácidos que produce la placa bacteriana al degradar los restos de los alimentos, especialmente aquellos ricos en hidratos.
Su incidencia y prevalencia se relaciona naturalmente con la dieta y con los cuidados de la higiene. El problema, aparentemente simple, no ha encontrado de momento solución definitiva, pese a encontrar los medios de comunicación, y los centros comerciales inundados de procedimientos, dentífricos, colutorios y otras estrategias para mejorar esta lacra.

Además de la destrucción dental y debido a la rica inervación, las caries son fuente de dolor conocida por casi toda la población, un dolor evitable y desde luego tratable. Las caries son una enfermedad de nuestro tiempo, pero también las encontramos en aquellas cavernas. Quizá no somos tan culpables y haya otros factores que debamos tener en cuenta y, no solamente nuestro comportamiento, aunque no es la única alteración que han detectado los paleontólogos.
La presencia de piezas supranumerarias o de abscesos nos indican que, pese a estar ante seres relativamente primitivos, tenían capacidad de cuidarse y ayudarse como grupo social organizado, permitiendo una supervivencia que, de otro lado, hubiera sido imposible como sujetos aislados.

No parece que nuestra sociedad vaya a desaparecer por la gran prevalencia de las caries, pero tampoco podemos dejar que una patología de la que conocemos su origen, la manera para prevenirla y tratarla, siga existiendo en nuestros días.
Ya es tiempo de sobreponernos a este pecado original y asegurarnos un futuro libre de caries. En esta dirección hay algunos estudios sobre la tipología de las bacterias que producen las caries y la manera de controlarlas con otro tipo, los Streptococus Dentisani.
Puede que estemos ante la solución definitiva a nuestros desvelos para que así, dentro de cien mil años, cuando encuentren nuestros restos fósiles, al menos otros no puedan decir que teníamos caries.