Hemos tratado y trataremos en #ElBlogdelDolor el origen y fuente de las enfermedades. Las enfermedades surgen de la naturaleza de cada uno, si es fuerte, débil, rubio, moreno, alto, bajo… tendrá una predisposición o tendencia a padecer de tal o cual problema.

La otra fuente es el estilo de vida, lo que uno hace a diario, la manera en la que afronta su supervivencia, los recursos medioambientales, los elementos de utilización o protección frente a dichos elementos naturales.
En el fondo son las dos partes de un todo: lo de dentro y lo de fuera, sencillo en el planteamiento, pero muy complejo en la explicación.

En el ámbito de lo interior, se nos plantea de nuevo una pregunta trascendental, ¿nuestro destino está escrito o existe el libre albedrío? ¿Nuestra herencia genética, nuestra identidad cromosómica, es inamovible y monolítica siendo su peso tan intenso que nos impida sobreponernos a ese sello de fábrica?

Estas preguntas vienen a colación por la investigación sobre el genoma humano que ha concluido que tenemos una parte de genoma Neanderthal en nuestra herencia y que puede condicionar nuestra respuesta a estímulos dolorosos, haciendo a los portadores más sensibles al dolor.
Los neandertales pueden haber tenido un umbral más bajo de dolor y las personas que heredaron una variante de un determinado gen de esta especie experimentan más dolor.
Una investigación de científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva publicado en la revista Current Biology (1) que nos plantea algunas incógnitas sobre nuestro origen y también sobre la manera de percibir el dolor.

En primer lugar, durante décadas pensamos que la línea evolutiva de la humanidad había sido finalista, las diversas especies de antecesores se extinguieron por inadaptación o competencia en su hábitat de otras secuencias genómicas, las favorables.
Esta ha venido siendo la razón por la que un ser humano con una mayor fortaleza física, mucha mayor antigüedad en el entorno, una masa encefálica igual o incluso mayor que la nuestra, es la especie elegida para gobernar el destino del planeta y para interpretar a su antojo las razones por las que los extintos desaparecieron.

Sin embargo, la verdad suele ser tozuda, se acaba colando por las grietas de los argumentos y termina por empapar la evidencia científica: los Sapiens y los Neanderthales compitieron, cohabitaron, convivieron y compartieron algo más que medio ambiente. Compartieron intimidad sexual y así una parte de la herencia genética actual está impregnada de rasgos neandertales. Esta hipótesis ha sido avalada por múltiples estudios científicos y no pocos relatos de ficción como “El clan del oso cavernario” (2)
Aparte de las consideraciones morales, esto lo que permite es explicar algunas respuestas especificas frente a estímulos como el dolor y nos puede ayudar también a encontrar soluciones: la búsqueda del conocimiento es uno de los rasgos más humanos que tenemos.

El tipo de gen que codifica el Canal de sodio Nav 1.7 que inicia la sensación de dolor, presente en el genoma Neanderthal de forma habitual, también aparece en algunas personas, tanto en Europa como en América Central y del Sur.

Utilizando los datos de un gran estudio de población en Gran Bretaña, los autores comprobaron que aquellas personas portadoras de esa variante específica Neanderthal experimentan más dolor, como si fueran personas con una edad más avanzada a la edad cronológica.

Esta variante conlleva tres diferencias en aminoácidos (M932L, V991L, y D1908G) respecto a la variante común, las sustituciones de aminoácidos individuales no afectan a la función del canal de iones, pero produce una mayor sensibilidad al dolor en esas personas. La razón no es otra que el canal de iones Neanderthal tiene un umbral de excitación más bajo.
¿Esto querría decir que los Neanderthales sufrían más dolor o que su sistema de alarma frente a agresiones era más sensible y por tanto les anticipaba el daño de una forma más precoz? Podemos interpretar los datos como queramos

Aunque hay dos reflexiones que se suscitan: de un lado, la enorme importancia que tiene nuestra configuración genética a la hora de entender nuestra sensibilidad, así como la manera, intensidad y distribución de nuestras respuestas.
De otro, la persistencia de aquella especie humana en nuestra naturaleza. Quizá muchos otros de nuestros defectos o virtudes se deban a esa herencia y quizá muchos de nuestros sueños o pesadillas también.
La ciencia nos aleja cada día más del tal como éramos, por aquello de la evolución, y nos muestra inexorablemente tal como somos, aunque a veces pueda no gustarnos lo que vemos y optemos por romper la lente que nos permite observar o el espejo en el que nos reflejamos.
(1). Current Biology 30, 3465–3469, September 7, 2020
(2). Jean M. Auel, Crown Publishing Group Ed.).