De entre los pensamientos recurrentes en la historia de la humanidad, el sentido de la vida es una de las preguntas más frecuentes que ha venido y vendrá, generando multitud de respuestas cargadas de misterio y épica.

Todos aquellos que creen en la trascendencia divina atribuyen al sumo creador la referencia última de todo y el orden del Universo. Los agnósticos y cientificistas pretenden encontrar en el azar y en las fuerzas cósmicas, la explicación del origen, evolución y desarrollo de todo, incluidos esos diminutos habitantes que representamos los humanos.

Las culturas orientales, hacia las que la sociedad descreída se ha volcado buscando respuestas también tienen su propia solución a esta pregunta. Una de ellas es el IKIGAI (生き甲斐).

IKIGAI es un concepto japonés que significa la «razón de vivir» o la «razón de ser».
En la cultura tradicional japonesa, cada uno tiene un IKIGAI. No es un concepto genérico, sino individual. La búsqueda de ese puesto en el Universo, en la sociedad, necesita un esfuerzo de introspección continuada, profunda y no exenta de dificultad.

Encontrar ese puesto en la vida es lo que le da verdaderamente sentido y supone encontrar la satisfacción y la paz interior que justifica nuestra existencia.
El término IKIGAI se compone, como muchos otros conceptos nipones, de la fusión de dos palabras japonesas: iki (生き), que se refiere a la vida, y kai (甲斐), que supone la realización de lo que uno espera o el cumplimiento de un objetivo o deseo.
El IKIGAI es la razón por la que uno se levanta por la mañana de la cama, nuestra misión, pero también lo que te hace disfrutar y sacar partido a los momentos de la vida, lo que hace que realmente valga la pena.

No supone un concepto de éxito o fortuna, sino más bien interior, de actitud, lo que hace la vida realmente valiosa, algo más mental o espiritual, lo que hace sentirnos preciados o útiles.
En el ámbito de nuestras vidas como seres humanos, y en particular como profesionales, nuestro IKIGAI sería un poco la vocación, la orientación hacia la ayuda y servicio a los demás, la razón por la que afrontamos el trabajo y la adversidad, las dificultades de las enfermedades y pacientes complejos, a cambio de una sonrisa, un reconocimiento, un alivio, o la solución de un problema.

Pese a las dificultades, a veces de pronóstico, de evolución, de medios o de relación con nuestras organizaciones o jefes, incluso en los momentos de pandemia, en los más oscuros, el tener un objetivo en el horizonte, esa luz al final del túnel, esa perspectiva de resolución o esa actitud, constituyen el IKIGAI.

No es una pose, un fingimiento, no es algo impuesto o forzado; es una actitud o energia que emana del interior y da sentido. Es aquello que amas, que valoras, que necesitas o que puedes aportar a los demás.
El IKIGAI precisa de una preparación, pero también de una condición natural, hace necesario un proceso previo de maduración, supone el cumplimiento de objetivos personales, emocionales o profesionales, en suma, un proceso de autorrealización.

Así pues, hoy, como todos los días, saldremos de la cama por y para nuestro IKIGAI, para buscarlo o cumplirlo, para compartirlo con los demás o pedir que lo hagan ellos con nosotros. Intentaremos encontrar nuestra propia respuesta a esta y a otras preguntas, el problema es que, “cuando encuentras las respuestas, el universo cambia las preguntas” y empieza un nuevo ciclo. 次回まで (“Jikai made!”: ¡Hasta la próxima!).