Experiencia compleja esta del dolor, mediada por receptores neuronales y modulada a varios niveles hasta hacerse consciente e integrarse como algo más que una simple percepción. Es una cualidad humana distinguible de la simple nocicepción en esa elaboración intelectual y afectiva.

El dolor, como experiencia, se explica de muy diferentes maneras, según la posición de quien la expresa. No es lo mismo ser observador externo, que propio doliente, y este papel puede cambiar y, de hecho, lo hace, por azares del destino.
Clive Staple Lewis, más conocido bajo sus siglas C.S. Lewis, fue un escritor, ensayista y profesor universitario irlandés, nacido en Belfast, en 1898. A los 15 años, decidió abandonar la fe cristiana de su infancia e interesarse por la mitología y el ocultismo.
Todos sus escritos posteriores rezuman cierto resentimiento hacia la figura de Dios, que finalmente volverá a aparecer en su vida por la más que notable influencia de algunos amigos, como JRR Tolkien, George Macdonald y GK Chesterton, que recondujeron sus creencias al cristianismo.
Este fatídico 2020 se cumplen 80 años de su mítica obra “El problema del Dolor”, una reflexión notable desde la óptica cristiana de la justificación del dolor, del sufrimiento como un elemento de consolidación de la fe, un componente más de la vivencia religiosa. Su estilo directo y vibrante hace amena la lectura, en la que desgrana los aspectos del dolor y su relación con la bondad divina.

En 1952, conoció a la poetisa norteamericana Helen Joy Davidson Gresham, gran admiradora del escritor y su obra. De su encuentro personal surgió un amor que trastocó por completo la vida de un soltero empedernido. Esta historia se trunca al diagnosticarle un cáncer óseo que le costó la vida a la dama, después de varios años, en 1960. Durante ese tiempo acudió a médicos y también a hombres de fe para tratar de reconducir el destino.
El próximo año se cumplirán seis décadas de su obra “Una pena en observación”, reflexión sobre el dolor, esta vez propio. De nuevo confronta el sentido del sufrimiento y el papel de Dios y su aparente indiferencia frente a este sufrimiento. De este libro surgió una excelente adaptación cinematográfica, “Tierras de penumbra” (Richard Attenborough, 1993).
Repasando ambos escritos, los temas de controversia son semejantes, pero las reflexiones son bien diferentes. Cuando estudiamos el dolor como proceso fisiológico, médico, clínico, incluso sociológico o filosófico, nos asaltan infinidad de reflexiones que no son las mismas que cuando nos afecta en lo personal, en lo más intimo, como pacientes potenciales o reales que somos.

El dolor no es selectivo, no respeta profesiones, estatus, razas o religiones. A veces una experiencia enseña más de medicina que un tratado completo de Patología. Aprendamos pues a ponernos en el lugar del otro para entender su sufrimiento y conseguiremos un diagnóstico más certero y un tratamiento más adecuado a las peculiaridades de nuestros pacientes.