Esta crisis no para de generar nuevas realidades y nuevos términos para describirlas.

Si cuando comenzamos el año nos las prometíamos muy felices con previsiones de crecimiento y mejoría de nuestras sociedades, de nuestras relaciones, et al, la irrupción de agentes biológicos incontrolados procedentes presuntamente de Oriente o quién sabe de dónde, ha cambiado nuestra percepción de la realidad y nuestro orden de valores.
Temas como el fútbol, la política, o el pronóstico del tiempo han sido reemplazados por la pandemia, la curva de crecimiento, la cresta de la epidemia, la tasa de mortalidad, las mascarillas fpp2, los respiradores, el confinamiento, la desescalada o la “nueva normalidad”.

No nos cabe duda de que la experiencia ha sido absolutamente nueva, nunca en la Historia la humanidad conocida se vio afectada de esta manera sistémica, universal (aunque nunca la globalización fue tan intensa) y esto ha precisado crear o redefinir conceptos, aunque, en ocasiones, más bien parecen eufemismos creados para mitigar el impacto negativo de otros términos, como cuarentena, estado de excepción, casos positivos, fallecidos…

Recordando reflexiones anteriores, podemos ver el impacto de España en América y el choque entre enfermedades habituales y sistema inmune entre ambas civilizaciones, y como afectó a la población indígena de aquel continente. Esa colonización fue una de las primeras demostraciones de los riesgos inmunológicos de la globalización.
El comercio en el Mediterráneo del siglo XIV y XV favoreció el desarrollo cultural y económico del norte de Italia, aunque también extendió la peste por Europa generando una perturbación económica y social y quizá un cambio de prioridades.

Copérnico descubrió que la tierra giraba alrededor del Sol y la religión y Dios, se vieron desplazados por el hombre como centro de atención del pensamiento y del arte.
En aquellos momentos también se generaron nuevos conceptos para nombrar nuevas realidades, como colonización, Indias occidentales, amén de otros como gótico, heliocéntrico, capitalismo, letras de cambio o papel moneda.
Ahora se nos ha presentado un reto universal, y la vuelta a nuestra vida anterior se me antoja harto imposible. Nuestra vida y nuestras relaciones tendrán que ser nuevas, filtradas, distanciadas, con controles de síntomas, de temperatura, de aerosoles, con bancos libres, aforos reducidos y distanciamiento espacial y temporal.

Una telenormalidad donde, lo que denostamos antes, como la visión en pantallas de plasma, la falta de proximidad, de autenticidad y de contacto humano, se reemplace por una afectividad distanciada o por lo menos plastificada.
Todos esperamos del futuro algo mejor. La realidad de los medios tecnológicos nos va a permitir encontrarnos regularmente con gente que antes no veíamos por la falta de oportunidad, de tiempo o de billete de avión y ahora con Zoom, Hangouts, Whatsapp, podremos visitar cada noche.

Las visitas telefónicas a nuestros médicos o profesionales de confianza de otro tipo, las podremos realizar sin salir de casa. Queda recorrido hasta poder arreglarnos el pelo, recibir un masaje o un tratamiento intervencionista de dolor desde casa.
Las nuevas tecnologías y las redes sociales abren un enorme mundo de posibilidades de acercamiento a todo el planeta y también nuevos riesgos como las falsedades de discursos, servicios o profesionales, vendedores de humo, también serán necesarias nuevas garantías de seguridad virtual, con el riesgo de pérdida de libertad que conlleva.

Cada vez estaremos virtualmente más cerca, pero realmente más lejos, como prueba la tecnología que ha sido capaz de generar un robot Da Vinci que aplicado sobre el paciente permite al cirujano operarle a distancia, incluso de muchos kilómetros.

Quizá esas diablescas herramientas nos permitan igualmente generar nuevos dispositivos, interfaces capaces de transmitir sensaciones, estímulos, como las caricias, los abrazos o los besos a distancia.