La enfermedad es una circunstancia que nos afecta a todos en algún momento de la vida y que nos calienta la cabeza y preocupa de forma regular a los profesionales.
Enfermar es parte del proceso normal de la salud, es una interacción dinámica con el medio ambiente, nuestra naturaleza nos protege o actúa como favorecedora de una patología real o potencial. Esta descripción no es actual, sino la consecuencia de miles de años de observación del devenir de generaciones humanas.

Culturas milenarias describieron así el origen de las enfermedades y actualmente las explicamos de la misma manera: enfermar es una consecuencia de la interacción de nuestro organismo y el medio en que vivimos.
Sin embargo, algunas cosas hemos aprendido en todo este tiempo. Hemos sido capaces de explicar la causa de muchas enfermedades, conocer en detalle su manera de aparecer, de desarrollarse en el organismo y de resolverse de forma favorable o no.

Toda esta información ha permitido desarrollar remedios para las enfermedades, medidas de soporte y de tratamiento, con costes asequibles para la salud restante y para el conjunto de la sociedad, pero, sobre todo, ha permitido desarrollar procedimientos de prevención.
El fuego, un gran aliado de la civilización, ha destruido manifestaciones culturales, recursos biológicos y aniquilado a miles de seres humanos y con ellos sus experiencias personales, pero también ha permitido la utilización de recursos alimentarios difíciles de digerir, la supervivencia y conquista de entornos glaciares imposibles en zonas remotas de nuestro planeta y la cauterización de lesiones o heridas; y el alivio de muchas enfermedades, empleado de forma sensata y contenida.

Un agente dañino, domesticado y gobernado se ha convertido en aliado de la civilización y agente terapéutico de primer orden, gracias al conocimiento, a la observación y el análisis de las experiencias relacionadas con él.
Como el fuego, otros agentes potencialmente letales pueden estudiarse, controlarse e incluso aprovechar sus cualidades para convertirlo de patológico y dañino en terapéutico y preventivo. Ha sucedido con las vacunas elaboradas con gérmenes atenuados o con la toxina botulínica

Esa fue la manera en la que los pioneros de la microbiología desarrollaron las teorías de la infección, el contagio, la epidemia, la vacuna y los antimicrobianos. En los momentos actuales, múltiples peligros acechan nuestra especie.
Virus y bacterias que se creían controlados se han ido modificando por la interacción con los antimicrobianos y como consecuencia de su progresiva resistencia a ellos. El uso generalizado y muchas veces incorrecto facilita el proceso de resistencia. El mundo globalizado facilita su difusión y algunas prácticas insensatas o contactos casuales con gérmenes circunscritos a otras especies o entornos muy concretos, pasan a ser problemas de salud pública, como sucedió con el SIDA, El Évola o últimamente el coronavirus COVID-19.

Ni somos menos resistentes, ni los virus son mucho más fuerte, solo tenemos una dinámica de contacto mucho mayor como consecuencia de la mayor relación entre humanos de todo el mundo y la globalización de nuestras relaciones.
Mención específica merece la labor de los profesionales. Tanto en esta última crisis, como en las anteriores del Évola, los primeros afectados en la zona de inicio del brote son los profesionales de la salud.

Antes que profesionales, somos seres humanos y todas las virtudes y defectos que adornan nuestra condición humana nos son aplicables. Por eso muchos cientos han enfermado y por eso muchos acaban siendo mártires de la salud.

Cabe pensar si su sacrificio fue fruto de la abnegación y el compromiso profesional o de la imprudencia o desidia personal o de las autoridades más preocupadas de evitar el pánico y las pérdidas comerciales que de dotar a sus profesionales de los medios técnicos necesarios.

La salud no es un juego de niños, aunque sus reglas muchas veces son sencillas de aprender y poner en práctica. Si actuamos con conocimiento y prudencia se pueden prevenir muchas enfermedades y minimizar su impacto sobre la sociedad. Otra cosa es curarlas. El organismo tiene muchos recursos de protección y recuperación que suelen ser los que realmente curan, pero podemos reducir la gravedad y duración de las enfermedades con medidas de protección tan simples y eficaces como mascarillas faciales o lavado de manos.