Uno de los espectáculos más fascinantes que han asombrado al hombre desde el principio de los tiempos, y que además está al alcance de todos, es la visión del firmamento.

El cielo siempre se nos ha presentado como algo sublime, como el techo de nuestro mundo, y cuando hemos tenido conciencia nos ha permitido contextualizar nuestra existencia, comparándola con las dimensiones del universo.

Si miramos al cielo en noches y entornos donde podamos verlo con nitidez, contemplamos una línea que recorre de parte a parte el cielo, con una estructura más o menos organizada y que da la impresión de ser la viga, el arbotante que sujeta la bóveda celeste, una especie de espinazo, de columna vertebral.

La comparación de la imagen de la Vía Láctea con un espinazo no es nueva, muchos pueblos primitivos de sitios tan remotos como el Kalahari, lo han interpretado así y esta comparación de anatomía/astronomía un tanto poética, pero también científica, nos permite explicar lo complejo del funcionamiento del universo, y también de las estructuras que conforman nuestro organismo.

Lo que parece una imagen celestial, fruto del azar, cada vez más sabemos que depende del equilibrio de fuerzas cósmicas, telúricas, que mueven las diminutas piezas, estrellas, planetas, agujeros negros, generando un equilibrio dinámico, en continuo movimiento y que se mantiene desde hace miles de años fruto de la atracción, entre estos cuerpos celestes y la interacción energética de ellos.
Todo ello da un resultado absolutamente fantástico, una imagen que suma la belleza a una explicación física, que nos indica que cada una de esas pequeñas piezas se mueve siguiendo una especie de armonía cósmica, produciendo una expansión controlada que desde la Tierra parece ser una línea y que, hoy por hoy, sabemos que es una especie de espiral centrada en un agujero negro, “Sagitario A” , y que nosotros nos encontramos apenas en un brazo que tarda 225 millones de años en rotar alrededor del centro.

Nuestra galaxia es la Vía Láctea, denominada así en referencia al supuesto origen en las pequeñas gotas de leche, que la diosa Hera, esposa de Zeus, esparció por el infinito al destetar a Hércules. Nuevamente nos trae una reminiscencia mitológica y poética a un fenómeno que en gran medida sabemos que se ha producido por la interacción de las fuerzas y las energías cósmicas.

Por el contrario, la columna vertebral es un conglomerado de formaciones óseas, ligamentosas, articulares, musculares, tendinosas, nerviosas, recorrido por complejos paquetes vasculo-nerviosos y con una función estructural, dar forma a la parte más importante del cuerpo humano dando soporte a las tejidos y órganos que finalmente mueven el organismo con una gran versatilidad y adaptabilidad.

Lo mismo que nos asombra y nos fascina la visión del infinito azul, también lo hace la de la columna vertebral, aunque es aún más sorprendente la multitud de factores que influyen en su equilibrio, masa muscular, distribución de la grasa, ejercicio, descanso, alimentación, experiencias y emociones…

Quizás supremos hacedores han participado en el diseño de unas y otras estructuras, y quizá el parecido que nosotros encontramos no sea nada más que la adaptación a pequeña escala de un modo de diseño cósmico.

Nuestra idea, como observadores más o menos imparciales, es comprender las estructuras y preservar su organización y función. Quizá, desde alguna de esas instancias cósmicas, se actúe con tratamientos físicos o químicos en el aspecto del universo. Nosotros, desde la humildad, intentamos preservar la anatomía y función de esas pequeñas réplicas del universo que tenemos dentro de nuestro organismo.














































































