El ser humano, a lo largo de su historia, se ha visto empujado a buscar soluciones para solventar o mitigar los problemas que se le han presentado.

En el ámbito de la salud, la utilización de remedios físicos, químicos, biológicos, es una constante que podemos seguir, leamos los tratados que sean y en el idioma que prefieran.

Muchos de estos remedios han tenido un origen en el entorno natural, en el que vivían estos antepasados nuestros, cuando empleaban sobre todo plantas para tratar de mejorar sus diversas afecciones.

La naturaleza es una enorme fuente de conocimiento y bienestar, aunque se ha abusado un poco del adjetivo natural para definir soluciones, como si en la naturaleza no existieran también multitud de elementos nocivos o tóxicos, que pueden acabar con nuestra salud o con nuestra vida.

En todo caso, merced al conocimiento y el análisis de adelantados a su época, como puede ser la persona de la que queremos hablar hoy, han contribuido a la evolución de la farmacología de la medicina y, por tanto, de la humanidad.

Me refiero a Pedanio Dioscórides Anazarbeo, médico, botánico, farmacólogo, nacido en Cilicia, en la actual Turquía, en el primer siglo de nuestra era, en una zona impregnada de la cultura griega, pero bajo dominación romana.

Practicó la medicina en la época del emperador Nerón, lo que confirma que, incluso bajo el mandato de dirigentes más que cuestionables, se puede realizar un trabajo cuidadoso y útil para la humanidad en el tiempo presente y en el futuro.

Su obra “De materia médica”, escrita en griego, constituye una avanzadilla de los modernos tratados de farmacología, describe alrededor de 600 plantas medicinales, además de otras sustancias minerales, incluso también otras de origen animal.

Menciona plantas como el sauce, la manzanilla, el ajo, la cebolla, la ortiga, la salvia, el aloe vera, la melisa, muchas de ellas en uso todavía actualmente, si bien en presentaciones y dosis ajustadas a los progresos de la ciencia .

Ha sido uno de los libros más influyentes a lo largo múltiples generaciones en el conocimiento médico de Occidente, resultando un elemento de referencia durante la Edad Media, el Renacimiento, tanto en los reinos cristianos como en los musulmanes.

Convertirse en un autor de éxito y publicar un best seller, cuando el número de libros y de autores era muy escaso, era algo parecido a lo que sucedía con la televisión en España antes del nacimiento de las privadas: todo aquel que se apreciara de conocimiento profesional, debería tener un ejemplar de esta biblia de las plantas.

En el año 1555 se publicó la traducción al castellano del libro de Dioscórides, gracias al humanista castellano Andrés Laguna, médico y filólogo nacido en Segovia, y que probablemente realizó la traducción desde un ejemplar en griego, si bien no tenemos la certeza de que esta no fuera una traducción del italiano procedente de la versión de Pietro Mattioli.

El estudio de un sabio nos lleva a estudiar a otro, ya que Andrés Laguna, nacido en el seno de una familia de judíos conversos alrededor del año 1510 y que estudió en Salamanca, empezó a hacer estudios de medicina, tenido que marchar a París hacia el año 1530. Probablemente, en su vida, tuvo contacto en esos desplazamientos con Ignacio de Loyola, Luis Vives, Miguel Servet, Erasmo y/o Calvino, todos ellos, polípatas ilustres e investigadores afamados de esa época.

En París, fue discípulo de Jean de la Ruelle (1474-1537), traductor al latín del Dioscórides (1516), obra que después se imprimiría en España bajo la iniciativa de Nebrija (1441-1522): Pedacii Dioscoridis Anazarbei de medicinali materia libri quinque, gracias a Arnao Guillén de Brocar en Alcalá de Henares en 1518. Posteriormente fue Andrés Laguna quien presentó su traducción, como decíamos en 1555. Tras muchas vicisitudes y trabajos como médico, incluidos algunos al servicio de la corona española, alcanzó el descanso eterno en Guadalajara (1559).

Sin la participación de este egregio investigador, muy probablemente la difusión de este libro habría sido infinitamente menor. Tal vez habría sido otro el traductor o quizá habría tardado un siglo más en difundirse. En todo caso, reconozcamos el mérito de estas personas que ayudaron a la difusión del conocimiento y a las que seguimos citando para justificar los tratamientos y maneras de administrarlos.

Además, desde el respeto a todas las sensibilidades, que algunos compatriotas nuestros hayan contribuido a la difusión del conocimiento, como el docto Andrés Laguna, y como también lo fueron Miguel Servet, Juan Valverde de Amusco, Mateo Orfila, el Dr. Balmis, o Ramón y Cajal, que contribuyeron al progreso y difusión del conocimiento en el ámbito de la salud desde este espacio y suelo Ibérico, es motivo sobrado de orgullo y satisfacción.

Publicado por Dr. Alfonso Vidal

Director de las Unidades del Dolor del Hospital LA LUZ (Madrid) y del Hospital SUR (Alcorcón, Madrid). Grupo QUIRÓNSALUD Profesor de Dolor en la Univ. Complutense Madrileña

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