Uno de los términos más empleados en los últimos tiempos y que va de boca en boca, de medio en medio, de artículo en artículo, y de administración en administración, es el de la Inteligencia Artificial.
Pensábamos que uno de los atributos exclusivos de la condición humana era la inteligencia, aunque nunca hemos tenido completamente claro cuál es su definición, pero ahora esta premisa se está poniendo en entredicho.

La inteligencia es esa capacidad de reconocer la realidad, identificar los fenómenos que la regulan y tratar de sacar partido para prolongar la supervivencia de la especie y sus individuos y mejorar el conjunto de sus condiciones de vida.
La inteligencia no es una entidad única ni monolítica, sino que tiene muchos aspectos y matices que le dotan de sentido, pero que también amplían sus dimensiones.

Desde la capacidad de cálculo y por tanto de predicción, a la empatía o la resiliencia, son cualidades de la inteligencia que han convertido al ser humano si no en el rey de la creación, sí en un primer ministro o administrador de los recursos del planeta.
Basándonos en esta inteligencia y en los medios tecnológicos hemos ido desarrollando almacenes de información progresivamente más amplios y complejos, bases de datos que finalmente interactuando unos con otros, nos han llevado al concepto de Big Data del que ya nos hemos hecho eco en alguna otra ocasión y los algoritmos que permiten predecir las respuestas individuales y sistémicas.

Ese Big Data y los algoritmos que le dan forma nos ha llevado a entender perfectamente las necesidades de la población y de sus individuos y a generar respuesta a los patrones de conducta de la población.
Pero a esto le hemos dado una vuelta más, que es lo que venimos denominando inteligencia artificial, es decir, esas bases de datos no solamente identifican los problemas y predicen las soluciones, sino que son capaces de aplicarlas de forma independiente, y además son capaces de modificar esas respuestas en función de las variaciones de las circunstancias o la información.

Por poner un ejemplo automovilístico, que muchas veces nos aclara la materia, los coches. Toda la vida precisaban de un conductor que, reconociendo la vía y sus limitaciones legales o medioambientales, adaptaba la marcha, la velocidad y la ruta.
La introducción de elementos de ayuda a la conducción ha hecho que muchas cosas que antes eran estrictamente competencia del conductor, como la velocidad media, la distancia de seguridad, la potencia de la frenada o de la aceleración, incluso el mantenimiento en el carril correspondiente dentro de la vía, pueden ser sostenidas por elementos electrónicos de apoyo.

Lo que aportaría la inteligencia artificial sería una conducción completamente autónoma, que, además de adaptarse las condiciones de la vía, fuera capaz de cambiar la ruta y adaptarla en función de otros datos a la necesidad de los viajeros en el día a día.
Esto se basa no solo en datos, sino en su manera de analizarlos, es el Deep Learning, esa capacidad de renovar el análisis de forma dinámica y extraer nuevas relaciones y conexiones, respuestas inteligentes.

Este es un avance fascinante, sin comparación con lo anterior, salvo quizá con el fuego o la rueda, que va a ayudarnos de una forma tan intensa que quizá no precisemos ni pedir ayuda, porque los sistemas de soporte lo harán mucho antes de que nos demos cuenta.
En el ámbito de la salud, máquinas progresivamente más complejas, ya son capaces de detectar lesiones o desviaciones, en pruebas analíticas o de imagen, y son capaces de abordar, con procedimientos mínimamente invasivos, intervenciones que requerirían de una pericia y un pulso al alcance, solamente de unos pocos elegidos.

La introducción en el ámbito de la salud de los elementos de inteligencia artificial va a facilitar y a afinar el diagnóstico, la elección del tratamiento más adecuado y el seguimiento puntual de las modificaciones que estos tratamientos precisan para adaptarlos a las circunstancias específicas de cada persona. En suma, prácticamente todo parecen ventajas.
Aunque también hay algunos riesgos, y es que la proximidad, la atención humana, la mirada a los ojos entre personas se pierda y que la pericia necesaria para utilizar esas herramientas discrimine.

Otro riesgo es que aparte a colectivos que no tengan suficiente capacidad de adaptación y que la IA con el ánimo de protegernos de los riesgos de nuestras actitudes humanas, acabe gobernando nuestras vidas y las convierta en perfectamente mecánicas e iguales, como aquellas que salen de una cadena de montaje.

Hemos visto en multitud de ficciones el riesgo de que las máquinas se revelen contra nosotros y, como otras cosas de ficción que posteriormente hemos visto, hacerse realidad. Este riesgo cierto debe controlarse buscando un equilibrio entre el progreso y el respeto a los seres humanos.

Como profesionales, pero también como usuarios, debemos pedir a las autoridades y a las empresas promotoras que no piensen solo en las cuentas de resultados o en las ruedas de prensa para presentar avances tecnológicos, sino en el objetivo o usuario final, que somos nosotros, todos y cada uno.

Como paciente que observa y cuestiona…
Quiero agradecerle, Dr. Vidal, su artículo tan claro y comprometido sobre la inteligencia artificial en el ámbito de la salud. Coincido plenamente en la necesidad de integrar esta tecnología sin perder de vista la dimensión humana que nos define.
Desde mi posición —no como médica, sino como paciente que escucha, que espera, que a veces duda— he querido también reflexionar sobre este tema en un texto publicado recientemente en ALBA ARTIFICIAL. Hablo de algo que usted sugiere con lucidez: no basta con que la IA acierte en el diagnóstico; debe también “saber estar” —es decir, comprender el contexto vulnerable del paciente, sin saturar, sin invadir, y siempre cuidando.
Le dejo aquí el enlace, con la humildad de quien escribe no para enseñar, sino para invitar a la conversación: 📎 La Sanidad del Futuro: Más Allá del Algoritmo, el «Saber Estar» de la IA, La Sanidad del Futuro: Más Allá del Algoritmo, el «Saber Estar» de la IA – ALBA ARTIFICIAL
Gracias por abrir el diálogo desde su lugar clínico. Yo lo he querido continuar desde la sala de espera.
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