Algunos temas son recurrentes en nuestra civilización, en nuestra sociedad, esto habitualmente tiene que ver con dos circunstancias: es algo que preocupa a mucha gente y, además, no se acaba de resolver.

Empecemos por uno de los vértices de este polígono, la condición femenina. La condición femenina es inherente a nuestra naturaleza. Nuestra especie, por el diseño innato que compartimos con otros mamíferos cuadrúpedos, tiene dos tipos o géneros: femenina y masculina, lo cual facilita la perpetuación de la especie mediante el intercambio de material genético, pura biología.

No entraré en detalle para explicar algo que es evidente y que a nadie se le escapa, y es que no elegimos ni dónde, ni cómo nacemos, es una asignación probablemente sujeta a la causalidad, pero en todo caso con muchos visos de ser aleatoria.

El hecho está en que formar parte de una categoría, te hace acreedor de gran parte de sus cualidades y defectos: los aspectos biológicos, fisiológicos y hormonales y, también, otros, como sociales y culturales.

En suma, ser mujer ha venido siendo una categoría secundaria en el ámbito cultural y social y, desgraciadamente, un agravante para gran parte de las patologías dolorosas, pues muchas tienen una incidencia y prevalencia mayor en las mujeres, léase: cefalea, neuralgia de trigémino, fibromialgia, osteoporosis…

Además de lo anterior, probablemente por las circunstancias sociales y el azar científico y cultural, gran parte de los investigadores y terapeutas, incluso los animales de experimentación, han sido masculinos. Todo ello nos puede hacer inferir un más que probable sesgo en la incidencia y en la interpretación que podría explicar los resultados peores de eficacia y seguridad de algunos grupos farmacológicos en mujeres.

Que la investigación la hayan hecho hombres podría haber influido en la minusvaloración de patologías y quizá el diseño de los tratamientos y de los fármacos no completamente adecuados.
Afortunadamente, no hay mal que 100 años dure, y la biología y probablemente también la voluntad de las personas vienen a corregir este problema.

Esto se debe a una concienciación progresiva sobre los problemas específicos en el conjunto de la sociedad y en particular la mayor presencia de mujeres en el ámbito de la asistencia sanitaria y también en el ámbito de la investigación, algo no ya notorio sino abrumador.

Una reciente participación en una reunión científica promovida por estudiantes y para estudiantes en la Universidad de Granada me ha hecho ver con discreto optimismo, el futuro de nuestra profesión y de la salud de nuestros pacientes.
Una gran mayoría de asistentes, una gran mayoría de ponentes y una gran mayoría de los trabajos científicos presentados, estaban liderados por mujeres, lo que hace vislumbrar un futuro mucho más inclusivo.

Con esto vemos que no solamente el extremo dolor, como afectadas, sino también el extremo, investigación y tratamiento, lo vienen a ocupar las mujeres y por tanto cierran el círculo que planteábamos en el título.

Desde mi condición masculina y con todo el respeto, espero que ese futuro también dé cabida y reconocimiento a población femenina y que el fiel de la balanza sea equidistante, inclusivo y justo con los méritos y esfuerzos.
Quizá jugando con el género de las palabras “el problema” sea masculino y “la solución” sea femenina. Esta podría ser una orientación, un primer paso para escoger la opción/el camino correcto.
Tod@s somos importantes, tod@s somos necesari@s, tod@s sumamos.
