El dolor, como dicen las organizaciones internacionales, es una experiencia sensorial y emocional desagradable que se relaciona con una lesión real o potencial.

Esta definición, que pretende ser global e inclusiva, hace referencia a lo que conocemos sobre el funcionamiento de los procesos fisiológicos del organismo y cómo se manifiestan e interpretan por parte de los afectados y los expertos.

El dolor es un conglomerado de datos que el organismo recibe a través de diversas fuentes y procesa con una última finalidad: la perpetuación de la vida, de la salud. Esas informaciones se reciben a través de unos terminales a modo de corresponsales, de cámaras de vigilancia, distribuidos de una forma asimétrica por todo el organismo.

En el cuerpo existen multitud de sensores que nos dan información sobre las situaciones o fenómenos en los que estamos imbuidos: la temperatura, la luz, la textura, la humedad o sequedad, el ruido, la presión atmosférica, los olores y sabores de lo que nos rodea, etc.

Mucha de esta información se procesa a través de los denominados órganos de los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto, tienen sus propios mecanismos centralizados en órganos específicos que captan, transmiten y procesan los datos que reciben.

El último sentido, el sentido del tacto, nos da una información genérica de la realidad, aunque no tiene un órgano específico centralizado para esa información, más bien es una información distribuida y descentralizada por todo el organismo, especialmente en el órgano más grande del cuerpo, la piel.

Entonces, ¿el dolor no tiene un órgano específico de percepción? La respuesta es que no y en el fondo sucede lo mismo que en la distribución de las áreas de conocimiento o especialidades médicas.

El dolor es un área de percepción transversal que puede afectar a todos los órganos, y en todos ellos hay sensores para el dolor. Esto hace el diagnóstico y el tratamiento del dolor un reto extremadamente complejo porque es preciso conocer no solamente la fisiopatología del dolor, sino en gran medida la del conjunto del organismo y de cada uno de sus órganos.

Para ello, a lo largo y ancho del cuerpo, existen una serie de receptores sensoriales denominados de una forma genérica con el nombre de nociceptores, que tienen la capacidad de distinguir al menos teóricamente aquellos estímulos que pueden ser dañinos de los que son inocuos, permitiendo graduar la intensidad de un estímulo desde prácticamente imperceptible/no peligroso, moderadamente dañino, a francamente dañino.

La distribución de estos nociceptores a lo largo del cuerpo no es homogénea, igual que la sensibilidad de los mismos a según qué estímulos tampoco, de ahí que haya zonas del cuerpo especialmente sensibles a algunas cosas, lo que se explica por la cantidad de receptores y también por la sensibilidad de estos.

Los nociceptores son terminaciones nerviosas distales especializadas en la percepción de estímulos que pueden ser peligrosos, dañinos, nocivos, de ahí su nombre. En función de su ubicación podemos distinguir varios grupos nociceptores cutáneos, musculares y articulares, y viscerales.

Los nociceptores cutáneos y musculares tienen una serie de características muy específicas. La primera es que no se activan de forma espontánea, necesitan de un estímulo. La segunda es que ese estímulo debe ser de suficiente intensidad para activarlas. Y la tercera es que permiten diferenciar el grado de lesividad con la intensidad del estímulo.

Todas estas características permiten discriminar si hay estímulo o no, si el estímulo es dañino o no, y si la intensidad del daño es importante o no, lo cual da una información excelente para saber lo cerca o lejos que tenemos que estar de estímulos potencialmente lesivos.

Ojalá pudiéramos distinguir de una forma tan sencilla, como los colores, las lesiones o los órganos afectados y su intensidad. Los esquemas son excelentes para la comprensión, pero el mundo real es mucho más complejo y en tonos mucho más grises.

Dentro de los nociceptores cutáneos y y musculares, y dependiendo de la fibra que conduce, el estímulo se clasificaría en:

  • Nociceptores c: que se conectan con fibras no protegidas por mielina, con una velocidad de conducción lenta (como si fuera un cable de la luz que no tuviera aislamiento, lo que da lugar a menos eficiencia en la transmisión).
  • Nociceptores A-d: que sí están protegidos por un aislante mímico y que transmiten estímulos mecánicos de baja, media y alta intensidad, distinguiendo pinchazos, pellizcos o traumas más intensos.

Los nociceptores viscerales tienen una serie de peculiaridades relacionadas con la dificultad de su estudio. En primer lugar, ya que aparecen en órganos internos, su capacidad de transmitir información es mucho más escasa, aunque sí distinguen la intensidad de los estímulos y la potencial nocividad del mismo. La mayor parte de ellos son receptores de fibras no aisladas (fibras amínicas) y transmiten impulsos prácticamente inespecíficos como los derivados del dolor en la cardiopatía isquémica o el dolor relacionado con trastornos digestivos o de órganos como el hígado o el bazo

Vemos por tanto que el dolor es un fenómeno extremadamente complejo a lo largo de todo el proceso de interpretación, percepción, modulación y respuesta. Existen multitud de interacciones que pueden cambiar la cantidad y la calidad del estímulo percibido, convirtiendo efectivamente el dolor en algo más que una percepción, en una experiencia.

Muchísimas gracias a los investigadores básicos en anatomía y fisiología, porque su luz es la que ilumina nuestro camino y nuestro trabajo día a día.

Publicado por Dr. Alfonso Vidal

Director de las Unidades del Dolor del Hospital LA LUZ (Madrid) y del Hospital SUR (Alcorcón, Madrid). Grupo QUIRÓNSALUD Profesor de Dolor en la Univ. Complutense Madrileña

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