Desde Tomás Moro, que hizo la descripción de una isla ideal gobernada desde el orden, la igualdad y el interés común, el concepto de utopía viene apareciendo de forma periódica en el marco de nuestras sociedades y en el entorno de nuestra cultura, aunque nunca se ubicó aquel país ideal, ni se ha culminado una situación idílica como aquella.

Esa Utopía se basaba en un espacio ordenado, en el que la felicidad estaba en el cumplimiento de una serie de normas bastante trufadas de la fe cristiana.

Utopías como esa, inventadas desde la opulencia, siempre encuentran el ideal en el orden puesto donde los recursos se dan por alcanzados, más parecido a Shangrilá, cosa que varía cuando son los humildes los que piensan en su ideal y se coloca la subsistencia, la alimentación, la salud, el trabajo o la vivienda, lo que hace de ese espacio un lugar idílico, ideal social-comunista.

Estas Utopías, en el desarrollo histórico, han tenido diversos recorridos matizados por los vaivenes culturales y políticos, donde unas ideologías y otras han buscado enmarcar en sus postulados la situación de bienestar y felicidad individual y colectiva, o al menos con esa excusa.

En todo caso, es necesario cuestionarnos nuestras expectativas e ilusiones desde la realidad en la que vivimos, pues todo lo demás puede llevarnos a la desilusión o al fraude de ley.
Las organizaciones humanas deben plantear criterios reconocibles, fiables, justos y consensuados, que pueden adaptarse a los vaivenes de la realidad, pero que no cambien de forma arbitraria en medio de un contencioso.
Los cambios de criterio deben ser razonados y razonables, y ajustarse a los plazos del sentido común. Es obligación de las autoridades velar para que el bienestar de la mayoría esté por encima del bienestar de la minoría, sin que esta última resulte avasallada.

Estas reflexiones personales son extrapolables tanto al ámbito de la salud y su organización, como al conjunto de las circunstancias de nuestra sociedad y de todas las otras sociedades humanas, todo lo demás es arbitrariedad o atropello.
Debemos estudiar los problemas de forma transversal, multidisciplinaria y de manera inclusiva. Debemos pactar un marco en el que quepan todas las sensibilidades y, aunque prime nuestro criterio, ser generosos y abiertos con los que no opinan como nosotros, pidiéndose a ellos lo mismo.

Hay que respetar las normas y exigir que los demás las respeten. No se pueden cambiar las reglas de juego en medio del partido y, si el problema es de conocimiento, compártase, pero si es de otra índole, como ideológica o económica, también deberían compartirse las soluciones, los gastos o los ingresos. Eso no quiere decir que un modelo de organización tenga todos los derechos y otros no, las reglas deben ser iguales para todos.
En nuestro contexto sanitario la Utopía de la asistencia sanitaria universal gratuita, de calidad, pese a las buenas intenciones y a la profusión de recursos invertidos, sigue estando todavía lejos de ser una realidad.
Nuestro estado de las autonomías, que ha aproximado la atención al ciudadano y que no ha escatimado recursos para desterrar las diferencias, también ha consumido muchos de ellos en las medallas para los promotores, dándose la paradoja de que ciudadanos de la misma nacionalidad puedan tener más dificultades para recibir asistencia que otros.

Tendríamos que esforzarnos para la homologación y accesibilidad al historial médico y a sus derechos en el ámbito nacional con una tarjeta, si no igual, sí equiparable, y evitar los problemas en los desplazamientos en el ámbito nacional.
Las carteras de servicios deberían ser consensuadas y la protección sanitaria ser semejante, con trazabilidad de las inversiones y los rendimientos. Un ciudadano debe tener sus derechos garantizados esté donde esté y sea de la comunidad o colectivo que sea.

Si se analiza el coste y sostenibilidad de la asistencia a un colectivo público habrá que hacer la misma reflexión con todos, pedir el esfuerzo y el rigor a todos, y aprovechar la sinergia que pueden tener las entidades públicas y privadas en salud, como se hace por ejemplo en las obras públicas.

Empléense de una forma inteligente los recursos, aprovéchense y exíjase a los responsables la necesaria pericia para administrar el patrimonio común, escuchando, lógicamente, a los ciudadanos.

Buen momento en el inicio de un año para reivindicar esos ideales, desde el esfuerzo solidario. Si no la Utopía se puede terminar por convertirse en Atipia o, peor aún, en Distopía.
