Han pasado bastantes días para contemplar, con tiempo y algo de sosiego, la desgracia meteorológica en forma de DANA acaecida en Valencia (España) y por suerte con menor incidencia en provincias como Albacete y Málaga. Toda muestra de solidaridad es poca.

Sobran las palabras, aunque también puedan reconfortar, pero no les devolverá ni a los seres queridos ni enseres personales, propiedades inmobiliarias, negocios, inversiones, recuerdos, etc. En muchos casos, se ha perdido memoria e identidad.
El impacto sobre la salud colectiva de los afectados es infinito, porque traumas de esta magnitud no se diluyen como azucarillo en café hirviendo, ni se formatean para su extinción como archivos temporales del ordenador.

Por desgracia permanecen en el inconsciente colectivo y el tránsito de este duelo es complejo y largo de superar, quedan cicatrices en el alma. También perdurará en el recuerdo la solidaridad y las jornadas de esfuerzo compartido.

Reparamos siempre en la salud física, que no podemos pasar por alto, debiendo extremar todas las cautelas por cuanto el riesgo de infecciones es elevado, los accesos a los centros de salud pueden verse dificultados, las personas con algún grado de discapacidad verán incrementadas sus dificultades en los accesos, los pacientes crónicos pueden tener recidivas que agraven más si cabe su estado y muchas farmacias están teniendo idénticos problemas que cualquier otro establecimiento.

Si a ello unimos los cortes de calles y carreteras, muchos servicios de primera necesidad como agua, electricidad, víveres, fármacos…no estarían llegando a sus destinatarios finales, especialmente a colectivos más frágiles como niños, ancianos y personas con discapacidad, y otros como ropa, móviles y sus respectivos cargadores e incluso aperos de limpieza, a quienes pueden ayudar por sus manos.

Por otro lado, la salud mental, algo más resiliente que la corporal, se resquebraja con cierto retardo, que empieza por la aparente superación de los acontecimientos y estalla a posteriori, lo que dificulta la superación por no abordarse precozmente. No es un catarro, ni una gripe.
Pueden pasar días, semanas o meses. Ya lo experimentamos con la pandemia de Covid y por desgracia aún hoy día estamos viendo las consecuencias. El duelo por las pérdidas emocionales sigue las fases conocidas: negación, ira, negociación, depresión, aceptación y requiere de tiempo y acompañamiento para su adecuada elaboración.

Diariamente percibo en consulta la necesidad que tienen muchos pacientes de expresarse, de verbalizar sus conflictos, de ponerlos sobre la mesa y que alguien los escuche. Desde mi especialidad aplicamos la analgesia, así como la anestesia.
No soy psiquiatra ni psicólogo, aunque haya estudiado materias de ambas en mi constante periodo formativo, tanto en universidad como en estudios de postgrado (masters y cursos). Les presto atención con afecto y empatía, y percibo una necesidad constante por ser escuchados y comprendidos, acompañándolos en el dolor físico y, si puedo, incluso en el emocional, pero es muy personal.
No me cabe ninguna duda de que, a muchos, por no decir a todos, les gustaría sentir el pulso humano y la preocupación de sus semejantes, pero no sólo ahora, ni dentro de una semana, ni solo de un mes, porque estos dramas se prolongarán en el tiempo.

Hay que reclamar que administraciones de toda índole, desde la local a la mismísima europea, se muestren cercanas y no coyunturales durante el periodo que dura el eco de la noticia. La sensación de abandono y desamparo larvará la desconfianza y el resentimiento.
Dicen los periodistas que “no hay nada más viejo que el periódico de ayer”, para evidenciar la celeridad de su trabajo, la volatilidad de las noticias, la inexistencia de un seguimiento de las mismas por acumulación de nuevas que dejan antiguas a las anteriores, porque su público objetivo quiere lo más fresco, lo último, lo más reciente, lo que acaba de suceder.
El poso de las noticias y relatos se asientan sobre los previos, y el sedimento se va compactando. La incertidumbre e inseguridad generadas por bulos e informaciones distorsionadas o trufadas de alarmismo, añaden desesperanza y siembran de coraje un lecho social ya herido.

Aunque las dimensiones de una catástrofe establezcan categorías que se repiten, como dolor agudo por traumatismos o crónico agudizado, siempre el abordaje y trato es individual. En situaciones críticas el tipo de casos se repite, pero no las personas, irrepetibles en su dignidad y memoria.
Los sanitarios, sobre todo lo que abordamos problemas crónicos, vivimos en un constante “déjà vu”, con síndromes y episodios más frecuentes, pacientes habituales con recaídas, casos nuevos itinerantes y algún caso puntual.

Esta es una profesión absolutamente vocacional y en momentos tan crudos como los vividos, está volcada con quien más lo necesita de modo totalmente altruista. No dejemos atrás a ningún paciente. ¡Amunt Valencia!
