Trasteando en el desván de mi casa, y también, de alguna manera, en el de mi cerebro, encontré un manuscrito que me resultó fascinante por su contenido y por su actualidad, pese a tener casi 50 años.

Recordé a Cervantes encontrando un manuscrito de Cide Hamete Benengeli, escrito en morisco, que venía a relatar la historia que después le hizo universal. Ni yo soy Cervantes, ni esto es El Quijote y, tampoco estaba escrito en otro idioma, pero sí que reflejaba historias e imágenes fascinantes e inquietantes, al mismo tiempo, por su belleza y por el alcance del mensaje que subyace dentro de ellas.

En ese libro se venía a poner de manifiesto la estructura de las células y de los tejidos de los seres humanos vistas a microscopio, con gran aumento o microscopio electrónico, con enorme fidelidad, y que siguen causando asombro, incluso hoy en día.

Células de diversas estirpes, vistas con tal aumento que parecen construcciones megalíticas más que estructuras microscópicas que nos habla de la enorme complejidad que tiene un ser vivo pluricelular, los millones de diminutos ladrillos con vida propia que lo componen y la altísima especialización de cada una de ellas.

Células hermanas con la misma información genética pero diferenciadas hasta el límite de parecer seres diferentes incluso independientes por más que formen parte de un único ser.

El ovulo o el espermatozoide, las moléculas cristalizadas de las hormonas masculinas y femeninas que quizá expliquen en parte la diferencia de cada gameto y cada hormona pero no todo el resto de la condición humana que comparten.

Las neuronas, desparramadas pero con terminaciones o abanicos terminales, o las empalizadas de la retina, entre conos y bastones, en un orden sofisticado parecido al de una máquina de precisión.

La descomunal manifestación de fuerza sin escrúpulos de una célula defensiva capaz de engullir cualquier estructura englobándolo como hacen las ballenas al alimentarse de plancton.

Con todas ellas se pretendía ilustrar la enorme complejidad, la perfección en el diseño de una maquinaria dotada de infinitos resortes, válvulas y poleas biológicas que sustentan nuestras funciones.

Incluso existía un capítulo dedicado al tacto y al dolor reflejando de una forma dramáticamente hermosa: la belleza ultraestructural de esta fascinante máquina que es el ser humano.

Sin duda, la naturaleza imita al arte, aunque la visión de estas imágenes no llegue a resolver la pregunta que plantea el título.

Desde hace centenares de años, más aún, quizá desde hace miles de años el hombre trata de responder a esas preguntas: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Quién es? o ¿qué somos? y ¿de qué manera podemos afrontar los problemas de cada día?

El dolor como pregunta que viene ocupando mi vida desde hace años, es un buen ejemplo de los avances alcanzados en la comprensión anatomo-funcional del sistema nervioso, de los procesos inflamatorios o degenerativos que lo afectan, y de la velocidad de conducción, las moléculas o neurotransmisores generados y segregados o la microestructura de los receptores y los mecanismos que gobiernan.

Sin embargo, seguimos teniendo las consultas repletas de pacientes que piden como primera y a veces única, cosa que les quitemos el dolor. Una petición justificada en el padecimiento en la severidad, en la incapacidad, en el desasosiego y en la cronicidad.

Desgraciadamente, y pese a los avances, parece que estamos aún muy lejos de poder contestar de forma permanente o definitiva a esa demanda, y tenemos que conformarnos con la comprensión del problema y el alivio más o menos mantenido, en fin, que hay muchos casos.

La desazón que sienten nuestros pacientes la compartimos como afectados y también como terapeutas muchas veces desorientados, buscando causas, factores desencadenantes o agravantes, como los detectives de las novelas de Agatha Christie o Conan Doyle, mientras los Hércules Poirot, Sherlock Holmes y compañía meditan de forma sigilosa, barruntando la clave (esto no siempre sucede en el mundo real, donde no siempre el bien o la justicia se imponen).

Esta es otra manera de descubrir el hombre que está detrás de nuestros pacientes, lleno de matices de complejidades, de interacciones fisiológicas, psicológicas y sociales, pero también el hombre que hay detrás de cada uno de los profesionales que nos dedicamos al dolor, con nuestras limitaciones, nuestros miedos y también nuestra curiosidad y capacidad de trabajo.

La vida está para vivirla y el mundo aún nos depara esfuerzos que realizar y cumbres que escalar, aunque puede que no seamos nosotros personalmente quienes alcancemos ese objetivo final. Parafraseando a Gregorio Marañón: “El alivio de un solo paciente de dolor justificaría toda una carrera profesional”.

Publicado por Dr. Alfonso Vidal

Director de las Unidades del Dolor del Hospital LA LUZ (Madrid) y del Hospital SUR (Alcorcón, Madrid). Grupo QUIRÓNSALUD Profesor de Dolor en la Univ. Complutense Madrileña

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