La ciencia y el conocimiento progresan día a día. La investigación nos ha permitido en las últimas décadas entender gran parte de los procesos fisiológicos que explican el funcionamiento del cuerpo humano.

Cómo el hígado regula el metabolismo, el riñón gestiona el agua y las sales, y también cómo el cerebro regula nuestro pensamiento y nuestras emociones.

La tradicional división aristotélica entre cuerpo y alma no tiene cabida en nuestro mundo actual porque, hasta donde sabemos, el alma inmortal no tiene existencia independiente del cuerpo. Todo está en el cuerpo, todo es fisiología.

El cerebro, igual que el hígado, tiene unos mecanismos que lo activan o que lo desactivan y unas áreas o células especializadas en un tipo de acción o en otra.

Esta simplificación sirve para entender y explicar por qué muchas cosas que suceden dentro del cuerpo o en su ambiente modifican su funcionamiento y no sólo cuando actúan en el órgano diana.

El cerebro está dentro del cuerpo que, según su oxigenación, según su alimentación, va a facilitar el funcionamiento de los músculos, de los huesos y también del cerebro. Nosotros no somos nuestro cerebro, pero nuestro cerebro forma parte del cuerpo como otro órgano más, aunque con su función específica.

Esta explicación permite entender por qué lo que nos sucede alrededor, como el frío, el calor, el cariño, el miedo, la prisa, la responsabilidad, el estrés, etc., influyen en el funcionamiento de nuestro cuerpo, lo modifican y en muchos casos lo condicionan de tal manera que no podemos sustraernos a su interacción.

La ansiedad es un mecanismo normal de acomodación frente a situaciones que generan miedo o incertidumbre. Situaciones que nos piden un esfuerzo de adaptación. Podríamos definirla como una emoción adaptativa como el temblor que acompaña al frío o la sudoración al calor. Son respuestas normales, son respuestas fisiológicas que pretenden proteger al ser humano.

Tiene sentido cuando se relacionan con un estímulo: su intensidad se asocia a la del factor desencadenante y, por el contrario, se convierte en un problema o en una patología cuando deja tener relación directa en tiempo o en intensidad.

Cuando la intensidad de la respuesta o la duración de la misma se escapan de control, lo fisiológico se convierte en patológico y necesita diagnóstico y tratamiento específico.

La ansiedad es un trastorno de nuestros tiempos modernos. La necesidad de respuestas inmediatas en nuestra sociedad súper-exigente e hiper-conectada da lugar a desequilibrios relacionados con esa sobrecarga, como si en un coche no permitiéramos al motor recuperarse manteniendo el pedal del acelerador permanentemente apretado.

Esas sobrecargas recalientan los motores y también los cerebros, y el calentamiento global de nuestra atmósfera es también un problema universal de nuestra sociedad exigente e hiperconectada. ¿Cómo podemos diagnosticar y tratar esos cuadros de ansiedad?

Cuando la respuesta adaptativa a los problemas, además de generar inquietud, desazón, trastornos en el sueño, afectan al resto de sistemas automáticos del cuerpo, como es el ritmo cardíaco o la respiración o el funcionamiento del intestino, entendemos que el problema sobrepasa los límites de lo normal y precisa atención y quizá tratamiento específico.

El tratamiento pasa por un esfuerzo de ergonomía emocional, adaptar el entorno a la capacidad o la capacidad al entorno. No pretender resolver todos los problemas del mundo al mismo tiempo e intentar que los problemas no nos arruinen la vida o la salud, priorizando lo fundamental y delegando en otros el resto de los conflictos.

Estas recomendaciones no son sencillas para nadie, incluyendo para el que las está escribiendo en este momento, pero precisan ese esfuerzo de conocimiento y de actuación. Requieren ayuda especializada por parte de profesionales de la salud, mental, psicólogos o psiquiatras, terapias conductuales y por supuesto la medicación si es necesario.

Se convierten en un conglomerado de esfuerzos de los que la parte más importante la tiene que hacer el paciente, entendiendo su situación y a veces renunciando a objetivos inabarcables o plazos imposibles.

Los ansiolíticos son un grupo de medicamentos, muchos de ellos de la familia de las benzodiazepinas, que son excelentes herramientas de soporte y mejoría, pero ni son la única, ni muchas veces la principal herramienta de tratamiento.

Delegar en medicamentos lo que precisa cambios de estilo de vida es intentar meter el mar poco a poco a cubos, en un pequeño agujero en la playa, como la anécdota tradicional de San Agustín y el espíritu Santo.

Salir del túnel requiere voluntad, pero también conocimiento y muchas veces apoyo profesional intenso y continuo. Esto sucede de una forma habitual en nuestros pacientes en las Unidades de Dolor, desesperados no solo por su patología, sino por la cronicidad y muchas veces la falta de comprensión por parte de sus familiares, los profesionales o la sociedad.

La ansiedad, como otros problemas de salud pública, no es una patología que afecta a unos pocos, sino que compromete nuestro modelo de convivencia social y, por tanto, necesita el esfuerzo individual de los afectados y el colectivo de la sociedad en su conjunto.

Publicado por Dr. Alfonso Vidal

Director de las Unidades del Dolor del Hospital LA LUZ (Madrid) y del Hospital SUR (Alcorcón, Madrid). Grupo QUIRÓNSALUD Profesor de Dolor en la Univ. Complutense Madrileña

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